La
movilidad social y el desafío de reconstruir el ascenso
argentino
26
de octubre de 2025
Durante gran parte del siglo XX, la Argentina fue sinónimo de movilidad social. La educación pública, el trabajo formal y el esfuerzo colectivo permitieron que millones de familias mejoraran su calidad de vida y proyectaran un futuro mejor para sus hijos. Esa idea de ascenso, tan arraigada en el espíritu nacional, fue uno de los pilares más firmes de nuestra identidad. Hoy, frente a un contexto de cambios estructurales, el desafío es recuperar esa promesa y adaptarla a los tiempos que corren.
La movilidad social no es solo un indicador económico: es una forma de esperanza. Significa creer que el destino de una persona no está determinado por su origen, sino por su esfuerzo, sus oportunidades y la solidaridad del entorno. Esa convicción moldeó generaciones enteras que apostaron a la educación, al trabajo y a la comunidad como caminos de progreso.
Sin embargo, las últimas décadas trajeron transformaciones profundas. La globalización, la crisis del empleo tradicional y las desigualdades persistentes han hecho más difícil ese ascenso. Muchos jóvenes sienten que el futuro es incierto y que las oportunidades están cada vez más concentradas. Pero también es cierto que surgen nuevas formas de progreso: economías del conocimiento, innovación social, cooperativas digitales, emprendimientos culturales. La movilidad social no desaparece, se redefine.
En este contexto, la educación vuelve a ocupar el centro del debate. No hay movilidad sin aprendizaje, y no hay futuro sin conocimiento. Cada escuela, universidad o centro de formación es una escalera simbólica hacia la inclusión. Invertir en educación no es un gasto, es la manera más concreta de garantizar que el talento y el esfuerzo sigan siendo las llaves del progreso.
El trabajo, por su parte, sigue siendo el gran organizador de la movilidad social. Pero el trabajo del siglo XXI requiere acompañamiento, actualización y políticas activas que conecten la formación con las nuevas demandas productivas. La capacitación constante y el acceso equitativo a las oportunidades tecnológicas son esenciales para que nadie quede al margen de los cambios globales.
La movilidad social también se nutre del tejido comunitario. Las redes de apoyo, los clubes de barrio, las cooperativas y las organizaciones sociales cumplen un papel vital en la reconstrucción del capital social. Cuando las instituciones cercanas acompañan, los individuos pueden sostener su esfuerzo en tiempos de incertidumbre. En una sociedad fragmentada, volver a tejer vínculos es una forma de movilidad colectiva.
La Argentina tiene una larga tradición de resiliencia. Cada crisis fue también una oportunidad para reinventarse. Y aunque los desafíos actuales son grandes, el potencial sigue intacto. Hay talento, creatividad y una enorme reserva de solidaridad en todos los rincones del país. Lo que falta es fortalecer las condiciones para que ese esfuerzo vuelva a transformarse en progreso sostenido.
Recuperar la movilidad social no significa volver al pasado, sino construir un nuevo pacto de oportunidades. Significa entender que la justicia social no se logra solo con redistribución, sino también con inclusión y desarrollo. Que el mérito y la igualdad deben ir de la mano, no en competencia. Y que la prosperidad compartida sigue siendo posible si se combinan educación, innovación y empatía.
En La Voz Actual creemos que la movilidad social es mucho más que un indicador económico: es una filosofía de país. Es la certeza de que nadie está condenado a quedarse donde nació, y que toda sociedad tiene la obligación moral de abrir caminos para que el esfuerzo individual se traduzca en dignidad colectiva.
Porque un país que permite que sus ciudadanos asciendan, crezcan y sueñen, es un país que todavía cree en sí mismo. Y esa fe, que alguna vez nos definió, es la que necesitamos recuperar para construir el futuro.
Octavio
Chaparro
(lavozactual.com)
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